Foto de: Secretaría de Educación de Bogotá.
El aire fresco, los pastizales, el embalse La Regadera y la niebla que baja por la montaña son los acompañantes de Sergio Ramírez y Yuliana Díaz, quienes todos los días caminan desde su casa hasta el Colegio Rural Pasquilla, ubicado en la zona rural de Ciudad Bolívar.
Ramírez vive a dos kilómetros de la escuela, en Cascavita, donde su familia tiene una parcela en la que las vacas, las gallinas y la siembra de papas son el sustento de cada día.
Mientras que Yuliana tiene su casa en Santa Bárbara, a pocos pasos del kilómetro 12 de la vía San Juan de Sumapaz, que es donde está ubicada la sede B del colegio rural Pasquilla, un lugar al que se llegan 45 minutos después de dejar la avenida Boyacá y empezar el recorrido sobre la montaña.

Educacion_rural_pasquilla_4 (1)Al llegar al colegio, hacia las 6:30 de la mañana, Sergio y Yuliana se encuentran a un grupo de 50 estudiantes con realidades diversas que llegan de diferentes barrios de la localidad 19 de Bogotá.

Pero esas realidades terminan desapareciendo apenas llegan a su puesto y reciben sus clases, sobre todo lo jueves, día en el que los profesores juntan a los niños de grado 0º a 2º y  3 a 5º  y cambian las clases de matemáticas y español para entregarles un día de aprendizaje dedicado a la naturaleza y a la preservación del medio ambiente.

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La dinámica escolar de cada jueves cambia gracias al proyecto ‘Permacultura’, que desde hace cinco años implementan los maestros Martha Neusa, Luz Marina Beltrán y Willam Roldán con el objetivo de “rescatar el valor de la ruralidad y promover procesos de aprendizaje sin contaminar el ambiente, reutilizando los residuos que se generan en el colegio para darles una nueva vida y proteger el entorno que nos rodea”.

Educacion_rural_pasquilla_3 (1)Junto a estos maestros, los estudiantes realizan diferentes actividades que ponen a prueba sus saberes para crear, investigar, compartir y aprender. Elaboran tejidos, pinturas ecológicas, sombreros, canastos y bolsas. También participan en la creación de una huerta, en la que, por ejemplo, utilizan como materas los recipientes en los que reciben el servicio de alimentación escolar del Distrito.

Sergio, que habla con propiedad del uso de la aguja punta roma para los tejidos en láminas de camba y de cómo reutilizan el periódico para hacer rollos y sombreros, cuenta que todo este proyecto se hace con apoyo de los padres de familia y a través de una estrategia de ‘discípulos’, en la que los de grados mayores, como él, apadrinan a los más pequeños de la institución educativa en cada una de estas actividades.

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Independientemente del lugar en donde viven, en la sede B del colegio Pasquilla donde la ruana, el impermeable y las botas pantaneras forman parte del uniforme diario, el entorno rural es el mejor salón de clases. Cada especie de fauna y flora es una lección por aprender, así como el recorrido hasta el embalse La Regadera, que ofrece un sinfín de conocimientos.

En la Bogotá verde y campesina hay 26 escuelas oficiales en donde 12.698 niñas, niños y jóvenes (a corte de 2017) viven, siembran y aprenden. Para reconocer su diversidad e integrarlas a la gran apuesta de convertir a la capital en una ciudad educadora, el gobierno del alcalde Enrique Peñalosa avanza en la construcción participativa de la Política Educativa Rural del Distrito.

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