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Quién iba imaginar que el papa fuera a entrar a la casa de Lorenza. Ella no se lo creía. Ni en el barrio San Francisco de Cartagena daban crédito por mucho que estuviese confirmado y que apareciera en la televisión.

Toda esta historia comenzó un día en que tocaron a la puerta. De la nada. Sin saber que se trataba de una visita importante –tal vez la más importante de su vida- Lorenza se levantó de la cama y se puso dos chancletas de distinto par. Fue lo que encontró a la mano.

Así, vestida con la misma bata con la que cocina todos los días almuerzos para 85 niños del barrio, abrió la puerta. La sorpresa fue mayor cuando vio entrar, como si fuera una aparición, a monseñor Jorge Enrique Jiménez, arzobispo de Cartagena.

-Monseñor, ¿usted qué hace aquí?-preguntó Lorenza, alarmada.

El arzobispo había llegado para contarle que su casa había sido elegida para recibir al Papa Francisco. Nada más. Nada menos.

-¡Cómo se le ocurre, monseñor! ¿Yo? ¿Esta vieja maluca?- preguntó muerta de la risa.

Jiménez le explicó aquella vez, palabras más, palabras menos, que su labor diaria y silenciosa era representativa de lo que querían mostrarle al obispo de Roma. Pero eso sí, le advirtió el arzobispo, la idea era que el Papa la conociera a ella y a su vivienda tal y como era.

Lorenza simplemente no creyó. En parte porque no consideraba que su trabajo mereciera tanto honor. Pero estaba equivocada. Desde 1995, esta mujer que ahora ronda los 77 años, le pidió a Dios que le diera un trabajo digno y que la hiciera feliz. Por esa época, Lorenza había tenido que dejar de ayudar en la cocina de la parroquia porque el sacerdote de ese entonces así lo dispuso.
Entonces se fue para la casa sin saber en qué ocupar sus días. Y fue cuando ocurrió algo que ella juzga como un milagro: se le presentó un señor llamado Rafael con un mercado de 800.000 pesos. Algo impresionante para esos días de penurias. El hombre le dijo que si lo que ella sabía era cocinar y ayudar a los más necesitados, que ahí tenía la materia prima para que comenzara.
Lorenza tuvo en principio miedo de no poder cumplir ante tanta responsabilidad. Pero se decidió. Ya han pasado 22 años y si no fuera por su desprendida dedicación, por su tenacidad, hoy un puñado de niños tendría que ir a estudiar seguramente con el estómago vacío.
Y fue un proceso arduo. Poco tiempo después de haber abierto su propia casa para darle de comer a los pequeños de la cuadra, Lorenza participó en un concurso de la Alcaldía de Cartagena que premiaba proyectos sociales.
Eran 62 participantes, todos formalizados, con trayectoria. Lorenza lo único que tenía era una olla. Ni nombre tenía su proyecto. Pero cuando presentaron el video en que mostraban su labor en el comedor, los asistentes la ovacionaron. Lorenza ocupó el tercer puesto y se ganó 3 millones de pesos con los que hizo del patio de su casa un gran comedor.
Su vivienda, de paredes blancas y de las que penden algunas imagenes de Jesucristo y la Virgen, sigue siendo tan humilde como su propio ser. Mientras esperaba esa visita que ni en sueños presupuestó, Lorenza recordaba la historia de su vida como una hazaña que al principio le interesaba a muy pocos pero que ahora era escuchada por un periodista que mandaron de Bogotá.
-¿Qué le va a ofrecer al Papa cuando llegue, Lorenza? ¿Un tintico? ¿Una aguadepanelita?
-Amor, que es lo que tengo para darle- contestó.

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