Harold Seidel Quintero le prometió a su mamá, hace ocho años, que si el Bronx se acababa dejaba la droga. No pensó que tuviera que cumplirla, solo quiso decirle cualquier cosa a su mamá para que lo dejara tranquilo, mientras ella le suplicaba que dejara la calle en esa misma esquina que ya hoy no está en poder de las mafias.

El día de la intervención en El Bronx estaba cerca de la taquilla de ‘Mosco’, donde vivía con su novia.

“Esa mañana un estruendo se escuchó, ya había rumores que la Policía nos iba a caer, me puse nervioso. Rápidamente me levanté de la cama, cogí mis cosas y salí corriendo entre tanta gente. Mientras iba pasando observaba como todo quedaba en ruinas, las taquillas, las mesas de venta y comida, todo era destrucción”, recuerda.

Salió desubicado, asustado, sin saber bien qué estaba pasando. Se encontró a unos muchachos de chaqueta azul, que después supo que eran de Integración Social. Lo saludaron, lo invitaron a que dejara de una buena vez la calle y ahí recordó su promesa.

Fue trasladado de manera voluntaria al hogar de paso Bakatá. Allí se bañó, se cortó el pelo y se cambió de ropa. La nostalgia de verse limpio, de verse otro, lo llevó a querer contactar a su familia.

“Mi Hermana contestó ese día el teléfono, al escuchar mi voz, se puso a llorar. Ellos son de Tumaco y pues fue muy difícil ubicarlos antes. Gracias a la ayuda de la trabajadora social Astrid, a quien recuerdo mucho, ella pudo comunicarse con mis hermanos y padres y logró convencerlos para que me visitaran y apoyaran mi proceso”, dice Harold.

Cuando su mamá lo vio otra vez, limpio y sin drogas encima lo abrazó sin descanso. Al oído le susurró que siempre lo había esperado y que lo amaba mucho, que la promesa de salir del vicio, hoy creía que empezaba a dar frutos.

Hoy es otro y lo sabe. Ha recibido formación en cursos de construcción y sistemas, está validando la primaria y espera continuar con su bachillerato.

Tiene una novia, un poco mayor que él, una mujer que le ha enseñado a valorar la vida a través de buenos consejos. También le ha prometido acompañarlo hasta el último día de la vida. A pocos días de finalizar su proceso, sólo le pide a su Dios que lo guíe, que pueda conseguir un trabajo y de esta manera empezar con toda una mejor vida.

Su historia en la calle

Llegó siendo todavía un niño al Bronx. “Cuando fumaba, me daba mucho miedo, pensaba que todos los que existían a mi alrededor eran malvados y me querían delatar por lo que yo robaba. A veces hasta el mal olor de las demás personas me incomodaba”.

En la ‘olla’, estuvo rodeado de ‘Sayayines’, ‘Campaneros’ y ‘Taquilleros’. El dinero fácil con la venta de droga era el mejor negocio. Un día aprovechando el descuido de uno de sus ‘patrones’ se llevó un bolso lleno de dinero y droga.

Luego de ese hurto fue abordado a las pocas horas por tres ‘Sayas’. Lo agarraron de la cabeza y brazos y con golpes, patadas e insultos se lo llevaron arrastrado por la calle, mostrándole a todos los presentes lo que le pasaría a alguien que robara adentro del Bronx.

“Me llevaron a un edificio muy cerca de ‘Mosco’. Allí llegó el ‘Patrón’ con otra gente y me dijo que por qué lo había robado. Negaba todo para salvarme, pero lo que yo no sabía es que ellos tenían conocimiento de todo”, relata.

“Luego de mucha tortura, puños y demás humillaciones, uno de los ‘Sayas’ me cogió de las manos, se acercó y me gritó en la cara: ‘esto es para que aprenda pelado’, luego, llegó otro hombre con unas pinzas y sin mediar palabra alguna cogió mi dedo meñique de la mano derecha y me lo empezó a destrozar hasta que finalmente lo arrancó de la mano. Otro ‘Saya’ me pegaba en la cabeza y en un momento en donde ya me sentía muy débil me cortaron la cara y parte de mi oreja”.

Aunque el castigo es como de una película de terror, con él su ‘jefe’ comprobó que era valiente, una característica importante a la hora de delinquir en lo que era esa olla de narcotráfico y consumo de droga. Gracias a eso pudo seguir viviendo ‘seguro’ dentro de Bronx.

* Nota publicada en el especial del Bronx de la Alcaldía de Bogotá

 

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