Las oscuras y temidas calles de lo que era el Bronx hoy guardan las memorias y los recuerdos de los miles de habitantes de calle que por años vivieron su día a día en medio escombros, basura y bajo el ‘mandato’ de una de las bandas delincuenciales más peligrosas de Bogotá.

Tras su intervención, el 28 de mayo del año pasado, fueron muchos los que decidieron salir de este sector y darle una nueva oportunidad a su vida, buscando ayuda para dejar las drogas, abandonar las calles y renacer como personas.

Ese es el caso de Amparo, una mujer de 60 años, que por 40 años vivió en las calles de Bogotá, pasando de habitar el Cartucho a ser una de las fundadoras del Bronx, en donde trabajó para los ‘sayayines’, manejándoles el armamento.

“Allá a nadie le importa la vida de uno, lo que le importa a uno es el vicio. Lo pueden estar viendo a uno muriéndose y pues de malas, salga como pueda y si se murió la persona pues bótenla porque qué más”, relata Amparo.

Desde hace un año, Amparito, como es conocida, decidió aceptar la ayuda de la Alcaldía y dejó las calles para darle una oportunidad a su vida. Desde que ingresó a este centro de rehabilitación no ha consumido bazuco y, aunque perdió a su familia y a su hija, a quien abandonó por el vicio, espera algún día poder reunirse con ellos y sentir esa felicidad nuevamente.

“Los profesionales, los profesores, las compañeros, todos, es un cambio total de vida, es una familia que adquirimos nosotros (…) La vida de uno vale mucho y me he dado cuenta que nosotros, todos los que estamos aquí, valemos mucho”, dice Amparo.

Otro ejemplo de cambio y motivación es el de Edgar, quien desde los 9 años cayó en las garras del Bronx. Allí comenzó a trabajar también para los ‘sayayines’ como campanero y tuvo que vivir lo inimaginable para un niño de esa edad.

“Después de los 8 años comencé con la marihuana y después ya vinieron los errores del bazuco y ahí caí al Bronx, lo que yo nunca había conocido en mi vida, yo antes solo llegaba hasta la entrada porque me daba miedo”, relata.

Hoy, un año después del operativo, volvió al lugar que lo vio crecer y que creó una marca imborrable en su memoria: los bares, las taquillas y los llamativos dibujos en las paredes le generan escalofrío.

“Yo me siento orgulloso de haber salido de esto, créame porque estar así, a como estaba antes, es algo muy bonito para mi vida”, cuenta Édgar.

Una vez la Alcaldía de Bogotá, en cabeza de Enrique Peñalosa, y las demás entidades distritales decidieron intervenir este peligroso sector, el Idipron ha venido unificando sus esfuerzos para bríndales una ayuda a las cientos de personas que aún no se atreven a dejar las calles.

Desde aquel día han sido atendidos 1.678 niños y jóvenes, de los cuales dos tenían entre los 8 y 13 años, otros 80 entre 14 y 18 años y el resto tenían edades entre los 18 y 28 años.

Por su parte, durante el operativo, el Icbf rescató a 133 menores de edad, de los cuales 40 siguen bajo protección de esta institución.

“Como decían algunos, esto fue alborotar el avispero, como si los habitantes de calle fueran avispas, y no era eso, era algo muy grave: lo que ahí había eran seres humanos dañándose”, aseguró Wilfredo Grajales Rosas, director del Idipron.

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