Foto: Anadolu.

Partido de ensueño. A priori, un verdadero placer. Por lo mismo, muchos nos dejamos paralizar; pero al mismo tiempo pecamos por ingenuos. La final de la Copa Libertadores entre los dos clubes más importantes de Argentina era, sin duda, una mezcla de emociones. Sin embargo, la inocencia nos engañó y caímos en lo mismo. Pensamos que iba a ser en paz y que todo terminaría sin altercados. Lo que podía pasar, pero nos negábamos a creer posible, pasó.

Esta “final del mundo”, como catalogaron medios, periodistas y fanáticos, terminó en un hecho bochornoso que, en cuestión de días, resultó siendo llamada la “súpervergüenza argentina”. Aquí la fiesta deportiva se convirtió en una guerra que ganaron los vándalos. Esos mismos que dejan el nombre del fútbol por el suelo y que, con sus actos, ponen el color de una camiseta por encima de una vida.

El preámbulo de una final continental entre estos dos equipos merecía más o, por lo menos, no lo que sucedió. A Boca lo crucifican por no jugar y a River no lo perdonan por los incidentes. Y aunque ambos clubes no tienen toda la responsabilidad en lo sucedido, pagaron igual que todos.

Fallas humanas y técnicas transformaron todo en un verdadero caos. En este tipo de finales no hemos podido entender que seguridad y logística deben funcionar bien. Siempre. Que no es posible, además, dejar pasar al bus que transporta los jugadores rivales en medio de un tumulto eufórico de hinchas de River que, al igual que el título, querían venganza por lo ocurrido en el 2015 en la Bombonera también por Copa Libertadores. En Suramérica, la ingenuidad, reitero, nos condena.

En Europa, por ejemplo, esto ya es cosa del pasado. Y a propósito del cubrimiento que hicieron más de 800 periodistas de todo el mundo en este encuentro que dominó el salvajismo, los europeos, que están acostumbrados a cubrir verdaderas finales, nos recordaron que allá no pecan por inocentes. Los grupos ultra, que en este lado del mundo conocemos como barras bravas, no son los que deciden. Ellos son los que le temen a los directivos y a la fuerza pública (todo lo contrario a lo que pasa en nuestro continente).

El problema actual que tenemos, y por el que se canceló la final, allá se fue erradicando desde los años 80 gracias a la labor de los clubes, policía y fuerzas de seguridad. Desde el Estado entendieron que el problema se tenía que erradicar de raíz y tomaron algunas iniciativas como leyes contundentes para penalizar a los violentos, multas y sanciones para todos los estamentos de la sociedad, cuerpos élites especializados para controlar las masas en los estadios, créditos y bonificaciones para los clubes y carnetización para conocer antecedentes judiciales.

Ahora bien, en nuestro continente algunas de esas iniciativas se implementaron, pero no han funcionado. Gran parte de que esos actos vandálicos persisten es por la gestión de los nuestros. Los de nuestro continente. Retomemos lo del 2015. En esa semifinal Boca – River, que terminó tiempo después con el “millonario” como campeón, los desadaptados que entraron como hinchas de Boca agredieron con gas pimienta a los jugadores de la banda cruzada dentro de la manga que conduce del vestuario a la cancha. En esa ocasión el partido se suspendió y la Conmebol le dio la llave a River. Tras el incidente, las cámaras de seguridad develaron que el responsable había sido Adrián “Pandero” Napolitano. Un año después, logró evitar el juicio oral y solo fue condenado a ejercer servicios sociales. Este ejemplo resume lo demás. Nuestra logística no castiga, sino premia.

Mientras en Europa vemos tifos que adornan y amenizan el espectáculo deportivo, en Suramérica presenciamos agresiones y acontecimientos que van más allá de lo deportivo. Mientras en Europa vemos como algunos países se unen a campañas sociales, como en la Serie A en contra de la violencia femenina, los del tercer mundo tenemos que ver cómo entre jugadores se agreden verbalmente provocando a los hinchas a hacer lo mismo para después obtener sanciones pedagógicas. Mientras en Europa mantienen alejados a los violentos de los estadios, en Suramérica las sanciones son un adorno para que el ente rector del fútbol en nuestro continente siga pretendiendo ser como la UEFA, adoptando o, mejor, copiando hasta el más mínimo detalle para hacer creer que son iguales o mejores.

En este partido de fútbol que entra a la historia no por el juego, sino por la vergüenza, por el escándalo; la culpa es de nosotros. Por ser sudamericanos. Pasó, pasa y rogamos para que no exista el pasará.

Por: Sebastián Puentes.

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