Todo un debate se ha generado alrededor de la zona rural del norte de Bogotá, pues la ciudad no para de crecer. La pregunta es cómo y hacia dónde debe expandirse la capital del país.

Desde 1997, las corporaciones autónomas regionales son tenidas en cuenta para concertar los planes de ordenamiento territorial. En esa época, la CAR contrató al profesor Thomas Van Der Hammen para que hiciera una valoración de la Sabana de Bogotá, con miras a su protección.

Fue así como un estudio identificó los elementos fundamentales en términos de conservación ambiental para planear el crecimiento de la ciudad, de manera sostenible.

“Ahí se identifica la zona de la reserva como un área fundamental para la conectividad ecológica, para la estructura ecológica principal y queda ese precedente para la CAR en términos de cómo se debe manejar el territorio”, agrega Sabina Van Der Hammen, activista defensora de la reserva, y familiar del profesor holandés.

En 1999, el entonces alcalde Enrique Peñalosa hizo su propuesta del Plan de Ordenamiento Territorial y planteó la expansión de la ciudad hacia el norte, pero la CAR no pensaba en la urbanización de la zona, pues ya contaba con los estudios de Thomas Van Der Hammen que proponían la conservación y el mantenimiento de la zona. En ese entonces, la propuesta del Alcalde fue negada.

“Era una franja de conectividad entre los demás y los ecosistemas del río Bogotá. Era la propuesta que formaba parte de la estructura ecológica principal para fines de ordenamiento”, explica Gerardo Ardila, director del Centro de Estudios Sociales de la Universidad Nacional.

Ante las notables diferencias entre el Distrito y la CAR, la zona quedó en manos del Ministerio de Ambiente que acudió a un panel de expertos para analizar el uso de la reserva en términos de movilidad, urbanismo y medio ambiente. Entre discusiones y debates, en el año 2000 el Ministerio le ordenó a la CAR a declarar la zona como reserva forestal. Sin embargo, no tardaron en llegar las demandas y los innumerables estudios.

“En el uso de nuestro estudio se consideró que era diferente y, tal como nuestro estudio, hubo otros más que coincidieron con el nuestro en donde delimitaban un área menor a lo que hoy en día se conoce como la reserva”, agrega el arquitecto Gustavo Perry.

Finalmente, en el año 2011, se declara la reserva Thomas Van Der Hammen en honor al profesor (murió en el 2010) que adelantó los estudios iniciales y que tenía un alto interés en declarar de este lugar una reserva.

La reserva delimitada por la CAR comprende un área de 1.395 hectáreas, limitando al sur con el humedal La Conejera, al suroriente con la quebrada La Salistrosa, al oriente con el cerro La Conejera, al nororiente con el humedal Torca Guaymaral, al norte con el aeropuerto y al occidente con la localidad de Suba.

La idea de este diseño de reserva, además de crear una conexión entre los cerros y el río Bogotá, era que sirviera como una barrera natural, un gran muro verde que no permitiera que Bogotá siguiera creciendo y que se conectara con los municipios hacia el norte, como Chía y Cajicá.

“Es aquí en esta zona del norte donde hay una concentración de bosques primarios cuya condición es excelente. Su posibilidad de recuperación es muy importante, porque está aquí la mayor concentración de vida que hubo en la Sabana de Bogotá y que hoy en día podemos tener”, agrega Gerardo Ardila.

El 69 por ciento de la reserva está destinada al uso agropecuario; el comercio y servicios ocupan el 0,53 % de la reserva; y viviendas, industrias, canchas, rellenos de escombros y colegios suman 300 hectáreas. Según el plan ambiental, ya hay acuerdos para que en 7 años se retiren los viveros, además actualmente ya se viene adelantado un plan de restauración de la zona.

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