El predio donde Catalina Mojica ha vivido desde que nació mide una hectárea y forma parte de la reserva Van Der Hammen. Aquí no solo tiene su restaurante sino que también se da el lujo de compartir su hogar con decenas de especies de fauna y flora que van desde gansos hasta palmas de cera.

Según ella, intervenir la reserva sería un error pues las acciones de construcción que se generen en este lugar pueden poder en riesgo la vida y la estabilidad de quienes habitan allí. Además, considera que la tierra y el paisaje se verán seriamente afectados, pues cerca de este sector está el río Bogotá y “la lluvia puede generar estragos de los que nadie se va a hacer responsable en esos momentos”.

“Es una salvajada que, siendo la reserva el territorio que contiene los suelos más ricos del país para la agricultura, los rellenen, que saquen esa tierra maravillosa y los rellenen con escombros para hacer un edificio. Es algo muy fuerte que tenemos que pensar y considerar porque en estos maravillosos suelos de la reserva puede crecer el alimento de la ciudad”, agrega Catalina Mojica.

Otra visión es la de Natalia Rodríguez, presidenta de la Junta de Acción Comunal de la vereda Chorrillos, y quien también ha vivido toda su vida aquí.

“Necesitamos sostenibilidad.  De qué nos sirve que haya una gran reserva, más de 1.400 hectáreas si para empezar son predios privados, eso es claro,  los ambientalistas dicen que sí, pero mentiras, los ambientalistas verificaron que son predios privados”, agrega Natalia.

Sin embargo, la opinión de estas dos mujeres coincide en que es claro que el mal estado de las vías, y el hecho de que los niños y adolescentes que viven en las veredas deban caminar por plena carretera Suba-Cota para llegar al colegio porque no hay andenes ni senderos, evidencian que es necesario que el desarrollo llegue a la zona.

“Dentro del proyecto eso debe estar incluido, debe tener conectividad, y es urgente que haya senderos peatonales, ciclorutas, alcantarillado, nosotros nos abastecemos por medio de aljibes (…) los niños no tienen el acceso correcto o seguro para ir a la escuela, tienen 20 centímetros para poderse mover y junto a ellos van todos los vehículos de carga pesada”, añade Natalia.

Finalmente, el amor profundo por esta zona de Bogotá es el que une a Catalina y a Natalia, quienes pese a las diferencias de opinión lo único que quieren es que la reserva Van Der Hammen siga existiendo.

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