Capital

La humedad de la tierra y el frío de las mañanas se ha vuelto una de las maneras de despertar para los campesinos de Pasquilla, uno de los 13 municipios y centros poblados que hace parte de una Bogotá desconocida que alimenta a la otra, la Bogotá de altos edificios y largas avenidas de concreto.

Cada día, los trabajadores de esta región abren los ojos antes de que salga el sol sobre las montañas y la niebla se disipe. "Uno se levanta antes de las 5 de la mañana. Prepara chocolate y pan y se viene al trabajo", así comienza cada jornada de lunes a sábado para Mario Vasabia Tuesta, uno de los cosechadores de papa de la zona rural de Ciudad Bolívar. Mario es nativo de La Palma, municipio de Cundinamarca, pero llegó a Pasquilla para refugiarse de la violencia que sufría este territorio. El campo se volvió su amparo, al igual que trabajar la tierra.

Mario Vasabia Tuesta, campesino de Pasquilla, zona rural de Ciudad Bolívar

"La violencia genera más violencia (...) por eso Me vine con un padrino y ya llevo 30 años acá en Pasquilla. la tierra aquí es muy linda, muy hermosa. Aquí estoy gracias a Dios".

A las 6:30 de la mañana, los campesinos que trabajan en cada parcela de papa de la región se arman de gancho, azadón, botas y, a veces guantes, para sacar la papa de la tierra y "echarla al bloque", que consiste en dejarla en la superficie como formando un camino detrás de ellos. Después de que los campos quedan cubiertos de este tubérculo, cada cosechador se devuelve sobre sus pasos para seleccionar las que deben ir en cada bulto:La gruesa, la pareja y el "rechicito" son las categorías de la más grande a la más pequeña, la que no llega a los centros de abastos.

"Cuando empecé era muy duro para mi. No estaba acostumbrada, esto es prácticamente para un hombre", pensaba Amanda Suárez, una joven que llegó de niña a Pasquilla desde Boyacá. Ahora es una entre más de 260.000 mujeres productoras que se encuentran el área rural dispersa según el último censo del DANE. Amanda, al igual que mucha jefas de hogar en el país, se remanga a trabajar en un paisaje que la historia le había dado a los hombres.

"Las mujeres también podemos, no necesariamente uno tiene que depender de un hombre para hacer esto"

Amanda Suárez, campesina de Pasquilla

Al igual que sus compañeros de trabajo, Amanda aprendió desde muy joven a trabajar la tierra, específicamente desde que tenía 14 años y su abuelo la llevaba a cultivar las tierras. "Nací en el campo y siempre me ha gustado", agrega ella mientras selecciona las papas para el costal a eso de las 9 de la mañana. Una vez armados todos los bultos, se forma una cadena: Cerrar, pesar y cargar el camión, cerrar, pesar y cargar, así hasta que la secuencia deja el campo limpio.

Los bultos que arman Amanda y Mario pueden llegar a costar hasta 35.000 pesos en Pasquilla, pero 36 km después, en la Bogotá de concreto, puede conseguirse por 80.000 pesos. Si bien, en esta región los trabajadores suelen recibir un ingreso digno y logran laborar mediante contratos, no es el panorama de la mayoría del país.

Según el Ministerio de Trabajo, en 2019 el 85% de los trabajadores del campo laboraban en la informalidad y el 44% gana menos de un salario mínimo a pesar de que su trabajo representa el proceso más largo y más demandante de la cadena de abastecimiento de alimentos. Esa diferencia de más del doble no la verán los campesinos que sacaron la papa. Agregando a esto, la volatilidad del precio de los alimentos y el costo de implementos y fungicidas no hace más sencilla la tarea de los agricultores.

Por esta razón, para contribuir al desarrollo campesino de la Bogotá Región desde el Instituto Popular de Economía Solidaria (IPES) se ha estado trabajando en disminuir la intermediación para los agricultores que venden sus productos en las plazas de mercado de la capital.

"Estamos trabajando para disminuir la intervención en la cadena de abastecimiento(...) La idea es trabajar con precios justos y esto solo se puede lograr si le compramos directamente a los productores y a nuestros campesinos del anillo que rodea Bogotá", explica Cristian González, subdirector del IPES.

Igualmente, desde el principio de la cuarentena, se ha fortalecido el sistema de domicilios desde la plazas de mercado. En el último mes, según el IPES, se han realizado 90.000 entregas desde estos lugares hasta los hogares y restaurantes de la ciudad.

Es decir, que una vez los camiones de un municipio como Pasquilla se despachan con los bultos que cosechan Amanda, Mario y sus compañeros de trabajo, llegan a las centrales de abastos y todavía entonces quedan intermediarios como los mercados, tiendas o restaurantes antes de llegar a la mesa de los capitalinos.

En cada peldaño, parece más lejano el papel del campesino hasta quedar casi en el olvido por parte de los comensales citadinos, o por lo menos, así lo sienten ellos:

"El campesino mantiene a la ciudad, sin nuestro trabajo la ciudad no viviría, de pronto el que vive en la ciudad no piensa en el campesino", concluye Mario.

Mientras cosechar, seleccionar, hacer los bultos, pesarlos y cargarlos toma de las 6:00 a.m. a 4:30 p.m., cocinar y comer estos productos en casa no demora más de dos horas. Peldaño a peldaño, a cada producto se le va cayendo la tierra hasta llegar a la olla pero no desaparece el esfuerzo y la paciencia que toma hacer brotar la comida de la tierra para después cosecharla, una tarea digna de reconocer en este Día del Campesino.

Por: Laurasofía Polanco Hincapié 

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