Otra tarde soleada favoreció la segunda jornada de Rock al Parque 2018; una que fue, probablemente, de las que más propuestas sonoras ha combinado. Esta vez, fueron 21 alternativas entre las tres tarimas, y no solo 13 como en el primer día, las que los asistentes tenían en frente para escoger. ¡Rock para todos los gustos! Pero también, carreras constantes entre un escenario y otro para poder ver parte del show de todas la agrupaciones posibles...¡Todo sea por la música!

Los bogotanos le cumplieron la cita a las bandas ganadoras de la convocatoria distrital encargadas de subir el telón en cada uno de los escenarios: D' Ius Solis en el Plaza; Mad Tree, en el Lago; y Manniax, en el Eco.

Durante los primeros shows de la tarde, de la cual las cometas también hicieron parte, abundaron los sonidos alternativos y discretos, hasta que asomó en la tarima principal la primera agrupación que, seguramente, rompería los estándares estéticos de cualquier reunión que sea tan solo un poco más formal que Rock al Parque: Machingón, una loca pero atractiva banda mexicana que se ganó los aplausos con su agraciada puesta en escena, un cover del clásico del punk, Blitzkrieg Pop, e incluso, una crítica política a Donald Trump con su canción 'Mexicano'.

Estos hombres vestidos con máscaras de luchadores, despidieron su presentación al ritmo de un 'merengue hardcore', mientras que en el escenario Lago, estaba a punto de subir la agrupación capitalina Rocka, que a pesar de padecer algunos inconvenientes técnicos durante sus primeras canciones, encontró en el camino la forma de conectar con el público. Como es costumbre en su vocalista, Julián Orrego, el también actor bajó del escenario para cantar sobre la barda que lo separaba del público entusiasmado.

En el escenario Eco, el público disfrutaba de la primera agrupación internacional que se subió a la tarima más pequeña del festival: los españoles Quentingas & Los Zíngaros, quienes expusieron su música cargada de sonidos experimentales durante casi una hora.

De vuelta al Lago, llegaría el momento de bailar a cargo de los congoleses Jupiter & Okwess, quienes demostraron que la barrera del idioma no es obstáculo para disfrutar un lenguaje que es universal: la música. La respuesta del público no podía ser otra que dejar a un lado, por un momento, la rudeza rockera y dejarse contagiar por el gen africano que todos los latinos llevamos en la sangre. A partir de ese momento, el ambiente del escenario Lago se vistió, por el resto de la noche, de fiesta y baile.

La rabia y el sonido extremo se encontrarían de vuelta en el escenario Plaza, con la salvaje voz de Candance Kucsulain, vocalista de Walls of Jericho: un irrefutable ejemplo del intachable e irreprochable trabajo que han realizado las mujeres en el rock durante las últimas décadas y que hoy, le entregó una hora del más rudo hardcore y metalcore de Detroit a los asistentes, que nunca pararon de agitar sus cabezas. ¡Así se ruge!

El contraste de emociones ahora lo ponía Antibalas en el escenario Lago. Con sus sonidos africanos que unían con delicada precisión a la percusión con una mezcla contundente de vientos, los norteamericanos propusieron 50 minutos de movimientos de cadera y pasos improvisados, de los cuales los bogotanos dispusieron a su antojo. La fiesta reposaría ahora en manos de los antioqueños Donkristobal & The Warriors, quienes continuaban, con su agradable reggae y ska, la regla de la noche en el Lago: agitar los cuerpos. Los paisas le entregaron la posta de la carrera por el baile a los argentinos Dancing Mood, quienes con más calma y presentando un show en el que destacaron los vientos por encima de todo lo de más, cerraron la jornada en el segundo escenario.

El Eco se estremeció con el controvertido punk de Pussy Riot, la polémica agrupación rusa que ha sido noticia por sus particulares y polémicos actos de protesta política; por ejemplo, nada más y nada menos que interrumpir la final del Mundial de Rusia entrando a la cancha personificadas como policías. Con el crudo punk de la banda que se reconoce como feminista, se clausuraba el segundo día en la tercera tarima de Rock al Parque, mientras que en el escenario central, un festín de gritos, puños y patadas, se tomaba la noche.

Para muchos, aún es difícil concebir la idea de ver a Suicide Silence sin Mitch Lucker, su antigua voz que se apagó en 2013 luego de un trágico accidente de tránsito. Para otros, los abanderados del deathcore acertaron en su reinvención al incluir la voz del venezolano Hernán 'Eddie' Hermida en sus filas, y suplieron bien el vacío que dejó quien fuera uno de los más grandes íconos de una de las expresiones más modernas del metal.

Lo cierto es que con o sin Mitch tras el micrófono, la locura sigue siendo la misma: puños, patadas, cabezas a punto de desprenderse, sanguinarios pogos y un aterrador wall of death que acompañó la canción 'Disengage', son la muestra de que el metal se ha reinventado lo suficiente a través del tiempo para que cada generación encuentre el sonido extremo que más lo identifique, y que sin importar sus constantes cambios, los cuales muchos amantes de lo clásico no ven con agrado, está destinado a vivir eternamente.

Por Julián Orrego

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