Foto de Archivo de Bogotá

El arte es imprescindible en el desarrollo humano. El entretenimiento, como práctica social, unifica a la sociedad y dibuja, a través del trabajo escénico, una radiografía sociológica para entender lo que somos.

Las obras de teatro son un esfuerzo titánico para enviar un claro mensaje; uno tras las líneas y tras las acciones. Por eso, en la historia capitalina, uno de los capítulos más fascinantes radica, precisamente, en conocer cuál fue y cómo se fundó el primer teatro que tuvo Bogotá.

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En 1792, época colonial, surge la idea de crear un espacio de entretenimiento para los ciudadanos. José Tomás Ramírez y José Dionisio del Villar tienen claro su objetivo: solicitar un permiso, al virreinato, para la construcción de un espacio para la diversión.

El 20 de agosto, de 1792, se logra la petición. Inicia la construcción con un magistral equipo de trabajo conformado por José Antonio Suárez, maestro mayor de carpintería; Alfonso Morales, albañil, y Manuel Zamorano, supervisor de la obra.

Después de 3 años de extenuantes jornadas laborales, la capital tenía su primer espacio para la interacción artística. En principio, la comedia era el plato fuerte de este lugar, por eso, en el argot cotidiano, se le conoció como "La casa de comedias".

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El teatro, formalmente, se llamaba Coliseo Ramírez, cuyo nombre obedece a José Tomás Ramírez, uno de sus fundadores. Con funciones de comedia los jueves y domingos; fue como se le pintó una sonrisa a Bogotá.

Ramírez, su fundador, era subteniente de Artillería. Llegó a la ciudad, en 1780, en compañía de una cúpula militar. Poco tiempo después, desarrolló una envidiable habilidad para los negocios; amasando una gran cantidad de dinero, ganándose un puesto en la Calle Real del Comercio.

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El coliseo era sencillo: un escenario incompleto, platea en forma de herradura, sin habitaciones para los actores, sin luz, palcos sin asientos y 22 metros de altura, y aún así,  este espacio puso a reír a Bogotá durante años.

En 1824, fallece Ramírez, y los hermanos Juan Manuel y Antonio Arrubla compran el teatro. El coliseo sigue con las funciones habituales: jueves y domingo, días para la comedia.

Algunos años más tardes, en 1858, el teatro lo compra Wenceslao Pizano y Cenón Padilla, quienes ponen su huella: lo dotan de iluminación con gas para potencializar la experiencia dentro del lugar.

10 años después, en 1857, lo compra Timoteo Maldonado, quien junto con su hermano Bruno Maldonado, remodelan la desgastada fachada que daba bienvenida a las instalaciones.

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El coliseo pasó a llamarse Teatro Maldonado. Sin embargo, en un titánico esfuerzo de rescatar este espacio para el arte, los hermanos no logran su objetivo. Cada vez eran menos los asistentes a las obras, según se rumora, por la baja calidad de las funciones.

En 1885, el entonces presidente Rafael Nuñez expropia a los Maldonado del teatro, en una jugada política, porque en ese espacio se reunían sus opositores. Y en su predio construye lo que sería el renacimiento del arte en Bogotá.

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Ese mismo año, Nuñez emprende un nuevo teatro; más elegante y sofisticado. Por esta razón, contrata a Pietro Cantini, arquitecto italiano. En una obra maestra, viste a estos muros de arte italiano, y bautiza este espacio como el Teatro Colón de Bogotá.

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