Una de las diferencias, según varios sociólogos, entre los humanos y los animales radica en la capacidad que tienen los primeros de reconstruir su historia y poder contarla, a través de los años, como un gesto de reconocer lo que fueron y en lo que se han convertido.
El ejercicio de reconstruir el pasado trae, desde las memorias de Bogotá, la historia del Palacio Liévano y las anécdotas que hubo detrás de este espacio, que son tan curiosas que cualquiera pensaría que pertenecen a una gran obra de literatura o, en su defecto, a una película de ficción.
En la Bogotá de 1900 vivía un extranjero de procedencia alemana llamado Emilio Streicher, quien se ganaba la vida con el comercio. La noche del 20 de mayo, este hombre, en medio de su afán por asegurarse una estabilidad económica, tuvo la idea de incendiar su propio local, que se ubicada en la edificación Galerías Arrubla, para cobrar un lujoso seguro.
Lo que para Streicher parecía un plan astuto y perfecto, terminó siendo una tragedia. El incendio que el alemán provocó no tardó en expandirse, destruyendo todo lo que estaba a su alrededor.
Toda la documentación colonial del Archivo Histórico del Consejo, donde se guardaba la historia de dos siglos y medio de administración colonial, se perdió en medio de las intensas llamas.
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Poco tiempo después, por iniciativa de Indalecio Liévano, ingeniero y astrónomo colombiano, se inició la construcción de un edificio nuevo que, en homenaje a él, recibió el nombre de El Palacio Liévano.
El diseño arquitectónico de este edificio estuvo bajo la dirección de Gastón Lelarge, arquitecto francés.
Desde 1960 esta edificación le pertenece al Distrito Capital. Hoy, más de 100 años después, en este espacio se ubica la Alcaldía Mayor de Bogotá, la Secretaría de Gobierno y la Secretaría General.
¿Conocía esta historia?
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