“Mi hijo me ha dado enseñanzas muy grandes: la fe, aprender a tener fe para sacarlo adelante; su alegría es gigante, ¡uf!, su cara feliz, su ternura, gozarse la vida sin barreras. La discapacidad no existe, existen las barreras en mi mente, no en los demás”.
Sandra Rodríguez es madre cuidadora, vive en la Gloria, San Cristóbal. Sus hijos, Juan David de 13 años y Carlos Andrés de 15 son el motor de su vida. El embarazo de Juan David, fue complicado dado a que no tenía seguro médico, no la atendían y su hijo nació a los 5 meses y medio con una discapacidad profunda. El médico le dijo que Juan no iba a tener conocimiento ni movilidad hoy Juan habla y se mueve.
“Él me ha enseñado a ser una mujer fuerte, a no dejarme vencer a aprender que la constancia es importante. Con él descubrí en mí un gran ser humano, que tenía muchas cosas para dar, mucho por hacer, que era capaz. Mis dos hijos son una bendición pero  Juan David me ha enseñado a cambiar los paradigmas de la vida, él nos enseña que no podemos amargarnos por las circunstancias, él nos enseña a vivir la vida y a que se es feliz en cualquier circunstancia”, comenta Sandra.
“Si me hubiera quedado con ese pensamiento, mi hijo estaría postrado en una cama”, comenta Sandra quien hace parte de los 30 cuidadores de Historias Elementales, la serie de Capital que recorre pasos de ciudadanos que tejen comunidad a través del cuidado.  Ella, es la representación de la tenacidad por la familia, la dignidad y lo fundamental que es el cuidado en comunidad.
“Historias Elementales  desencadenó una serie de sentimientos encontrados entre el pasado y el presente: en el pasado las personas no daban nada por mí, y lo que vivo ahora, jamás pensé que llegara a resurgir y superar tantas barreras como yo lo he hecho, no pensé que fuera capaz de tocar fibras de tantos corazones o poder contar mi historia frente a muchas personas. Fue algo muy bonito me encontré con un talento humano hermoso que me trató muy bien, que me hizo sentir segura de poder contar mi historia. Sin duda, es algo significativo en mi vida'', reflexiona Sandra.
Ese pasado al que se refiere trata sobre la violencia doméstica que sufrió. El padre de sus hijos era un hombre maltratador que acabó con el negocio que tenían cuando ella se dedicó por completo al cuidado de ellos engrosando las poco alentadoras cifras de hogares monoparentales con jefatura femenina.
“Mis luchas han sido muchas, primero eliminar la violencia que vivía en mi hogar, enfrentar la discapacidad de mi hijo y la sociedad que lo mira a uno, lo tilda y lo juzga al tiempo. Decidir y tomar la decisión de ser algo para mí y para otras personas ha sido una lucha más fuerte. Lo más importante era vencer el miedo y romper esa autoestima tan baja y convertirla en algo valioso.
Entendí que tenía algo dentro de mí que me hacía más valiente frente a lo que me hacía ver menos.  Eso fue una lucha muy fuerte: romper cada idealismo con el que uno vive y le ha dejado la sociedad porque cuando uno toma decisiones y tiene que empezar a romper con algunas cosas es muy fuerte. Se logra dejando el miedo y enfrentando las habladurías. Logré tener confianza en mí misma y entendí que sí era capaz”, cuenta Sandra.
El presente de Sandra, aunque no es el ideal, si le deja una tranquilidad y despertó en ella la valentía y el trabajo en comunidad. Sandra hace algunos turnos en una panadería cerca a su casa en el barrio La Gloria, en la localidad de San Cristóbal y algunos trabajos domésticos, ese es el sustento para sacar adelante a sus hijos. Ha recibido apoyos ocasionales de fundaciones e instituciones pero ha sido ella quien ha cargado el peso de sacarse a sí misma y a su familia adelante.
A mitad de año del 2017 hasta el 2019 recibió una ayuda del ICBF para cubrir las necesidades de Juan David. Ha estado en centros especiales que cubren su comida pero en general Sandra define la situación económica con esfuerzo “la lucha, la búsqueda, el rebusque diario, pero ahí vamos”, comenta Sandra entre risas que bien se podrían entender como risas de coraje, porque la vida le enseñó que así debería ser.
La lucha constante, hizo que su hijo lograra movilidad a pesar de los pésimos pronósticos. Sandra se dedicó a su cuidado informándose y tomando acciones, ese empuje  la llevó no solo  a convertirse en una gran cuidadora, sino que desde hace cuatro años representa a la comunidad en el tema de discapacidad frente al Consejo de su localidad, esa labor la ha hecho reafirmar la importancia del cuidado colectivo:
"El cuidado individual es muy importante porque si yo estoy bien puedo cuidar a los que están al lado mío y puedo generar esa impresión de bienestar y eso no solo representa lo física sino también lo mental y espiritualmente, eso es fundamental en el tema individual y eso ayuda en lo colectivo y en aportar ese granito de arena. Cuidarnos colectivamente hace que seamos una mejor sociedad.  Si no estamos en armonía no hay cuidado que valga. Cuando hay una sociedad sana hay una ciudad sana".
En cuanto a las lecciones que esta labor le ha dejado, Sandra reflexiona sobre un tema elemental en los líderes:
“Hay que aprender a escuchar y con ello aprender a dialogar. No solo pensar en mí sino pensar en comunidad. Es la única manera de poder iniciar grandes procesos; aprender a ver sonreír a la gente, cuando uno logra eso es maravilloso. No solo me represento sino que soy la cara de muchas personas que están en el olvido y en el silencio, para eso hay que incidir, no solo con palabras sino con acciones”.
¿Cómo podemos aportar para hacer de nuestros espacios mejores lugares para vivir?
Con empatía. Tenemos que ser empáticos con el mundo y no solo con los seres humanos sino con toda la naturaleza y todo lo que nos rodea porque cada espacio para cuidar es para nosotros. La comunicación es importante, aprender que no todos somos iguales y que en esa diversidad está lo mágico de la vida y allí se aprende a convivir mejor.
Conoce esta y otras historias de personajes dedicados al cuidado desde el  9 de junio en ‘Historias Elementales’, una serie documental que resalta la vida y obra en comunidad de 30 personajes que le dan a Bogotá un palpitar esperanzador.

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