Cada viernes, desde que iniciaron las movilizaciones a mediados de octubre pasado, Santiago Martínez ha estado en Plaza Italia. Cubre su rostro con la máscara del conspirador inglés Guy Fawkes, inmortalizada por la película V de Venganza, y que se ha convertido en un símbolo de resistencia en las protestas alrededor del mundo.

Martínez hace parte de la llamada “primera línea”, un término que se empezó a usar durante la crisis para designar a los manifestantes que se cubren el rostro y se enfrentan a la Policía en las marchas. Sin embargo, asegura que él nunca ha tirado una piedra porque su tarea es otra.

“He estado en primera línea pero mi función no es generar violencia. Mi rol es ayudar a levantar a heridos o hacer que los autos puedan pasar por donde hay barricadas, para que la gente vuelva a su hogar tranquila”, señala a la Agencia Anadolu.

Como este joven de 24 años, hay decenas que manifestantes chilenos que han escogido ir al frente de lo que termina convirtiéndose en una batalla campal con carabineros. Aunque aseguran que sus demandas van más allá de la violencia de sus acciones.

“¿Por qué los medios de comunicación no entendieron que no estamos robando?, ¿por qué los políticos no entendieron nuestra necesidad de cambiar un país para que sea justo para todos? Somos los y las que cuidamos de nosotros mismos, somos los y las que damos la cara y nos dejan sin ojos”, señaló el pasado 29 de enero uno de los representantes de la primera línea desde la sede del congreso en Santiago, en el marco del Foro Internacional de Derechos Humanos.

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Para el gobierno chileno es un sinsentido que se haga un homenaje en un foro internacional a encapuchados que, aseguran, promueven la violencia y no creen en la democracia. “El Congreso, por definición, es el lugar de los demócratas, ahí se hace la política a cara descubierta, no con capucha”, señaló Gonzalo Blumel, ministro del Interior.

Esta participación que, según los organizadores del evento, fue completamente espontánea, se convirtió en un hecho sin precedentes que encendió las alarmas de la clase política, escandalizada por ver a los encapuchados como interlocutores en el centro de la democracia chilena.

“Los que están en primera línea son los que han validado la violencia como herramienta política. De manera que es absolutamente impresentable que sean invitados, que se les permita hablar y sean aplaudidos de pie, como si fuesen héroes quienes hoy están deteriorando nuestra institucionalidad”, aseguró a la Agencia Anadolu Jacqueline van Rysselberghe, la presidenta del partido de ultraderecha UDI.

Pero los miembros de la primera línea no son los únicos que han entrado encapuchados al Congreso. Cuando se realizó la acusación constitucional contra el presidente Sebastián Piñera, en el mes de diciembre, en la que se buscaba poner fin de forma anticipada a su segundo mandato a causa de las críticas a su gestión de la crisis, Pamela Giles, diputada del partido humanista, causó polémica al ingresar al hemiciclo con un pasamontañas y asegurar que representaba los intereses de este grupo.

Al recapitular este episodio, la legisladora señaló a la Agencia Anadolu que el Congreso ha perdido legitimidad y que se debe abrir la puerta a la diversidad de quienes hacen parte de la movilización social. “Se ha intentado estigmatizar a la primera línea, pero ellos responden simbólicamente: las capuchas tienen colores, orejas, porque es la gente que ha sido denegada de participación democrática que hoy quiere los espacios que les pertenecen”.

El debate sobre si los encapuchados deben ser o no escuchados, luego de los destrozos que han causado, y de usar la violencia como lema, ha enfrentando a una clase política, que, independientemente de su ideología, continúa perdiendo popularidad entre los votantes.

“A la verdadera primera línea no le interesa el diálogo, ni el proceso democrático que estamos enfrentando de cara a un plebiscito. Ellos no están ni por el apruebo, ni por el rechazo. Ellos quieren que se caiga el proceso”, aseguró a la Agencia Anadolu Mario Desbordes, presidente del partido gobernante, Renovación Nacional.

Sin embargo, esta teoría es rebatida por miembros de este colectivo como Santiago Martínez, quien asegura que la manifestación real se verá el próximo 26 de abril en las urnas. “No importa si vota por el sí o por el no, hay que ir a votar y ser responsable porque eso va a determinar si hay una nueva Constitución o no”.

Durante las últimas semanas se ha empezado a instalar el temor de que con la llegada del mes de marzo, que es cuando comienzan las clases y el año laboral en Chile, vuelva la violencia a las calles, luego de la frágil tregua que significó el verano para Policía y manifestantes tras las cruentas jornadas que dejaron más de una veintena de muertos y miles de heridos en el 2019.

Con información de la Agencia Anadolu 

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