Cómo conocer San Agustín sin salir de Bogotá

Más de 500 kilómetros desde Bogotá. Por lo menos 12 horas en carro. Eso significa llegar a San Agustín. Y es la opción más lógica. Hay, sin embargo, otra posibilidad: a cinco minutos de la Plaza de Bolívar, en Bogotá, se puede tener muy, muy cerca la monumentalidad y belleza del parque arqueológico más importante de Colombia.

El Museo arqueológico Musa está en la Candelaria. En esta oportunidad han traído una exposición temporal que busca acercar la monumentalidad de San Agustín a los capitalinos. Es increíble cómo lograron que quienes lo visiten puedan tener una idea aproximada de los misterios –y de la belleza, además– de ese emblemático lugar de Colombia.

“Hemos sido los mismos desde hace decenas de miles de años: hombres y mujeres con los mismos cuerpos de nuestros antepasados. Y no sólo los cuerpos: desde hace 40.000 años hemos estado produciendo objetos que podríamos denominar “arte”. Los cerebros de pensadores prehistóricos que nos legaron visiones de sus mundos talladas en colmillos de mamut, o dibujadas con carbón en las paredes de cuevas europeas son indistinguibles de los nuestros —son cerebros humanos. Y desde hace aproximadamente 10.000 años estos cerebros nuestros han también sabido producir arte monumental en piedra: avatares gigantescos y antropomorfos que parecen imitarnos con sus formas mientras nos desafían con su dureza y su tamaño”, dicen sobre la exposición.

Como parte de la idea de acercar a San Agustín a los curiosos capitalinos, dentro también está la exposición ‘Un solo río’. Si algo tenemos claro es que la exuberancia de la naturaleza en esa región del Huila es también sinónimo de una belleza incomparable. Y tranquilidad. ‘Un solo río’ trae ambas cosas, belleza y tranquilidad al centro de Bogotá.

Alicia Eugenia Silva, directora del Musa, explicó que “San Agustín es el único sitio donde encontramos monumentalidad en Colombia. Además de eso, tiene una estatuaria que recuerda en otras expresiones, también monumentales, a la América precolombina”.

Aún no hay claridad sobre lo que fue San Agustín. Hay que saber que antes del descubrimiento ya había desaparecido el grupo que pudo haber hecho las estatuas. Se calcula, entonces, que algunas serían del 900 D.C. Los arqueólogos tampoco han llegado a un consenso sobre lo que pudo ser el lugar: un sitio de reunión, o de tránsito o de culto. No se sabe.

En la exposición temporal ‘Un solo río’ se muestra la ‘Fuente del lavapatas’. Con ella se pretende que “cualquiera que entre aquí al Museo pueda tener un espacio de paz, de tranquilidad y de belleza”.

Resulta paradójico que en pleno centro de una ciudad caótica como Bogotá, haya un lugar en el que se pueda oír con absoluta claridad lo que la naturaleza tiene para decir. En uno de los salones de la preciosa casa del Marqués de San Jorge, sede del Musa, hay un vídeo que muestra la ‘Fuente del lavapatas’.

El salón es pequeño y oscuro. Se ilumina apenas por la luz del reflector. No se oye sino el río que corre, además de una música muy suave. En una gran tela se ve el recorrido del agua por entre las piedras. Sí es posible perderse por unos minutos así.

Y entonces una voz dice:

“Imagine que usted está en una calle amplia con muchos árboles. Hace sol, pero cae una leve llovizna. Piense en los automóviles y transeúntes, en algún pájaro perdido, en charcos mínimos; piense en las gotas. Oiga también el ruido indistinto de la ciudad, la electricidad que corre por los postes de luz, el zumbido de una moto; sienta las gotas sobre su piel, el viento que levanta hojas muertas, el sabor estéril del polvo, los gritos de un vendedor callejero. —Cuando le pido que haga esto, menciono todos estos elementos como si fueran entes discretos: la calle, los árboles, el sol, la llovizna, etc… pero son un flujo del que usted hace parte, un solo río de todo. También las nubes fluyen con esa corriente, y las montañas, y sus emociones, el afán que siente o la calma. Y ahora imagine que, como si fuera una película de acción, todo se detiene: el pájaro perdido queda estático en el aire, las gotas no caen, la muchacha que estaba a punto de cruzar la calle queda paralizada. Y, de repente, todo lo que es frágil y perecedero se evapora instantáneamente, no sólo el agua y el viento, sino lo que es de carne o de madera o de plumas. Y queda el concreto y el metal y la piedra. Quedan los automóviles, por supuesto, pero también los huecos de las raíces de los árboles. No quedan los charcos, pero quedan las hendiduras donde estaban los charcos. No queda el pájaro, pero queda su esqueleto. ¿Podría entonces alguien como usted—pero ahora solo con esos residuos discretos—imaginar aquel flujo? ¿A partir de los huecos imaginar las raíces, y de los huesos el pájaro, y del concreto imaginar el afán o la calma? ¿Acaso incluso la coincidencia de que ese día hizo sol, pero caía llovizna?”

“¿Y podremos hoy a partir del flujo del agua imaginar otros flujos más hondos en Lavapatas?”

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