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Dejarlo todo para ayudar en la tragedia de Nueva York

Mi nombre es Colleen Fitzpatrick, tengo 46 años y soy una cirujana pediátrica que viajó hace unas semanas a Nueva York. Sin esperarlo me vi envuelta en la emergencia que sacude hoy a Estados Unidos. Y tuve que ponerme en primera línea de respuesta ante el coronavirus en un estado que se ha convertido en el epicentro de la devastadora pandemia.

Soy estadounidense. Crecí en Long Island y estaba viviendo hasta hace unas semanas en San Luis, una importante ciudad de Misuri (centro oeste de EE.UU.) a lo largo del río Misisipi.

Ya había dejado mi trabajo como pediatra en San Luis a finales de octubre y estaba planeando regresar a Nueva York esta primavera, pero la pandemia lo adelantó todo.
Mis padres, que todavía viven en el mismo sitio donde crecí, habían ido a verme a principios de marzo para ayudarme a preparar mi casa para venderla. Justo cuando llegaron, la gente comenzó a darse cuenta de la magnitud del problema en Nueva York.

Todos los días escuchábamos las noticias con incredulidad a medida que el número de casos se disparaba –el estado reporta ya más de 318.000 contagiados y unos 25.000 muertos, casi el 30 % del total del país- y los sistemas de salud en el área se iban colapsando.

Así luce la capital del mundo por estos días. EFE/Justin Lane

De la distancia a la realidad cercana

Pese a ello, solo hasta que una gran amiga contrajo el coronavirus mientras trabajaba en un hospital de la ciudad de Nueva York, es decir cuando vi a alguien cercano con la enfermedad, las cosas parecieron más reales y comencé a sentirme incómoda al saber que era una profesional de la salud disponible que no estaba ayudando en la tragedia.

Como cirujana pediátrica, mi entrenamiento principal es en cirugía general para adultos. Los aprendices en cirugía generalmente pasan una buena cantidad de tiempo trabajando en las unidades de cuidado intensivo (UCI). Entonces, aunque no soy experta en esta área, sabía que tenía una base sólida. No tenía claro qué papel exactamente cumpliría, pero cada vez más sentía que podía ser útil y contribuir al ayudar al sistema sanitario.

Como había planeado regresar a Nueva York, ya había hecho algunas entrevistas de trabajo en la zona. Me puse en contacto con uno de los centros donde había sido entrevistada para ver si necesitaban ayuda y me llamaban. Lo hicieron.

Entonces, empaqué, recogí mis cosas y me dirigí a la casa de mis padres en Nueva York, mientras ellos se quedaban -a mi pesar, pero más seguros- en la casa en San Luis con mi perro, Curtis, un labrador retriever negro que cumplirá 11 años en agosto y al que realmente iba a extrañar.

Con información de EFE

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