Días sin dormir y escoger entre fotocopias o almuerzo, correr para las clases y la exigencia académica llevaron a Fernanda Forero a dudar sobre si continuaba o no la universidad ya que el desplazamiento desde Cota hasta el centro de Bogotá le tomaba más de tres horas.
Lo mismo le pasaba a Viviana Iriarte, una estudiante de Los Andes que vivía en Ibagué y se tuvo que trasladar a una de las residencias universitarias cerca al claustro. En el lugar no conocía a nadie y adaptarse no fue fácil.
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Estudiar en Bogotá es una oportunidad para los jóvenes pues encuentran todo lo que necesitan y no cambiarían el hecho de la presencialidad pese a todas las dificultades.
Con la pandemia y la virtualidad, estudiantes como Viviana y Fernanda hoy están con su familia y reciben clases desde sus hogares, sin embargo, aseguran que vivir cerca al lugar de sus estudios es otro de los privilegios que tiene la capital.
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