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viernes, abril 26, 2024

La ruta de la libertad reprimida

En contravía de los códigos y las convenciones sociales, Vilma Rocío Lopera, habiendo nacido hombre, se convirtió en una mujer transgénero que conduce una tractomula. Después de tomar ambas decisiones supo lo que era ser verdaderamente libre.

Nacida en el seno de una familia tradicional y trabajadora, conducir vehículos pesados era casi una herencia transmitida de generación en generación. Su padre, también conductor, le había enseñado el oficio. No ocurriría lo mismo con la sola idea de cambiar de sexo.

Nacida en 1973 en Barranquilla, desde muy pequeña sintió el gusto por objetos femeninos como la ropa y los zapatos. Aunque pasó la mayoría de su infancia en un colegio masculino, su vida cambió del cielo a la tierra cuando ingresó a una institución mixta para cursar los grados que van de noveno a once. Allí estableció un grupo de amigas con las que jugaba, chismoseaba y se reía a pesar de las burlas que sentía a su alrededor.

Aunque hubo días que podían ser agridulces recuerda momentos muy felices, como cuando conoció a su mejor amiga con quien se casó y tuvo cuatro hijos.

“No sé cómo logró funcionar”, dice sobre ese intento de mantener una vida que no era la suya. El nacimiento de su primer hijo despejó sus dudas personales temporalmente. Decidió dejar lo que sentía a un lado y continuó siendo un hombre con una familia tradicional. Pero el tiempo le pasó factura.

Afirma que desde sus 22 años luchó por ser alguien que no era. Pero su esencia terminó quebrándola y la depresión se apropió de ella. Fueron momentos muy duros, pero encontró un poco de libertad en sus viajes esporádicos a Bogotá, donde todo comenzó a transformarse.

“¿Qué caso tiene vivir si no puedes ser libre?”, se preguntaba ella. Aunque el panorama era difícil y contradictorio, siente que Bogotá logró salvarla. Lo primero fue buscar ayuda y la encontró en el Grupo de Acción y Apoyo para Personas Trans (GAAT). Ahí la guiaron y le enseñaron que tenía que ser ella misma, sin importar los temores y problemas que traería el cambio.

Empezó a modificar su aspecto físico y dejó de esconderse. Decidió contarle todo a su esposa y le confesó la verdad. Con amor su cónyuge intentó aceptar, pero hay cosas que ni con el amor se pueden soportar. Hace tres años se separó de ella y tuvo que dejar a sus hijos para que no sufrieran “bullying” o matoneo.

Llegó a Bogotá en el 2016 y aunque asegura que las barreras para el trabajo eran iguales, siente que no se comparan con Barranquilla. En su corazón se mantenía el deseo de ser conductora, pero las oportunidades no llegaban. Pasó de llevar platos a ser operaria de imprenta y a diferentes oficios que no le permitieron estar frente al volante de un vehículo.

Su salvación fue el Sistema de Transporte Urbano de Bogotá (SITP): fue la única empresa de transporte que valoró su talento como conductora y le dio la oportunidad de trabajar. Pero duró poco. Sabía que su corazón estaba con los vehículos pesados, por lo que decidió buscar trabajo como conductora de tractomula. Y lo logró. Ahora labora con una empresa de transporte que le ha devuelto la sensación de libertad, esa misma que siente al viajar.

En las carreteras colombianas ella pasa sus días extrañando a sus cuatro hijos. Aunque a algunos de ellos todavía les cuesta entender que su papá ahora sea una mujer, Vilma no se afana porque sabe que es un proceso largo que para algunos toma más tiempo.

Por momentos también extraña a la tierra que la vio crecer, pero que abandonó para ser ella. Y ese es un sentimiento que nadie le podrá quitar; ni su familia, ni sus amigos, ni mucho menos la sociedad. Como la libertad que siente cuando avanza por la carretera.

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