Tomado de Unplash

En el apogeo de las culturas griegas, romanas y egipcias, la humanidad sintió una fuerte necesidad de representar a sus dioses, ofrendas, insignias de guerra, deseos e incluso su estatus social sobre la piel, lo que llevó al tatuaje a convertirse fuerte símbolo cultural.

Con el tiempo, movimientos sociales y artísticos como el rock o punk, se apropiaron de esta técnica, asunto que le permitió difundirse en masa en diferentes lugares, en Colombia, principalmente en la capital.

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“Construíamos nuestras propias máquinas. Estoy hablando del año 96 o 97. Las personas que sabíamos dibujar, los artistas plásticos, ilustradores, pasábamos esto a la piel”, expuso el artista Mauro Satori Otxoa.

En los 60’s, los tatuajes no eran muy bien recibidos por los ciudadanos. Se reflejaba fuertemente en países europeos o norteamericanos. Luego de 20 años, con la llegada de artistas o cirqueros visitantes, aumentó el interés por aprender de estas técnicas y sus estilos artísticos.

“En ese Expreso de Hielo, que era una puesta en escena que venía de Europa, convocaron algunos tatuadores de esa época. Recuerdo a leyendas del tatuaje como Orlando Bossiski, John Rodríguez, al que llamaba el Conejo Sagrado y recuerdo también a Daniel Severi, el creador de Danny Tattoo, uno de los negocios legendarios del centro Bogotá”, recordó el artista Mauro Satori Otxoa.

 

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En Bogotá, las zonas del Centro y Chapinero fueron el epicentro artístico del tatuaje. Las técnicas fueron aumentando y también sus clientes.

“Aquí está la historia del tatuaje en Colombia. En Bogotá siempre ha sido el epicentro de la cultura y del arte”, afirmó el artista Mauro Satori Otxoa.

Hoy en día, los tatuadores cuentan con una asociación donde definen temas de regulación, salubridad y avanzan en conversaciones para encontrar el camino de la profesionalización.

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